Les cuento.
A mi abuelo Máximo y a mi abuelita Angélica (los abuelos criollos) les gustaban las aves. A ella los canarios y a él los cardenales. En aquella época era común tener jaulas en la casas con ejemplares plumíferos que deleitaban los sentidos con su estampa y con su canto. Sepan comprender los grupos de defensores de animales que por aquellos años no había tanta movida respecto a la libertad de estos y otros seres vivos y mis abuelos no lo hacían con mala intención).
Cuando por esas cosas de la vida alguno dejaba de cantar, y de respirar... el Tato Máximo esperaba al domingo siguiente para ir a la feria a hacer la reposición correspondiente para devolverle lo antes posible la sonrisa a abuelita.
Un domingo de verano partió con paso decidido en busca de un cardenal y un rato después, con el mismo paso firme y presuroso traspasó el portón y levantó su brazo triunfante mostrando un hermoso cardenal de copete rojo en una linda jaula.
Hace unos días, desayunando en el jardín de la casa de veraneo, uno muy lindo se posó en una rama cercana de una acacia. Me dio el tiempo para ir a buscar la cámara y capturar la imagen.
Enseguida los recuerdos de mi niñez se agolparon en mi cabeza y recreé aquellos felices días en casa de los abuelitos.
Mis registros:
Su canto: