río Rosario- Colonia- Uruguay
hojas de sauce
mojan su cuerpo seco
en río calmo
Era una mañana de domingo de marzo. Una brisa fresca nos acompañaba y el sol nos entibiaba pero no quemaba, ya había entrado el otoño. Estaba sentada en un precario bote ( que no me merecía demasiada confianza a primera vista) junto a un grupo de huéspedes del Hotel Nirvana de Nueva Helvecia, haciendo un recorrido guiado por el río Rosario.
El guía se presentó y nos pidió que no hiciéramos ruido, de ser posible, que no habláramos. Nos extrañó la petición, pero obedecimos. A partir de ese momento nos comunicamos con gestos y miradas, en silencio, durante todo el trayecto. El único que por momentos hacía oír su voz a baja intensidad era el propio guía, quien nos brindaba información respecto a la flora y fauna del lugar.
Lentamente el silencio comenzó a llenarse de un sinnúmero de sonidos que emergían de todas partes. Los cantos de diversos pájaros, su aleteo asustadizo al aproximarnos a su territorio, el agua que susurraba frente a cada remo que lentamente la empujaba, la brisa que movía las ramas de los árboles de la orilla, algún perro que ladraba a la distancia al vernos pasar, o un paisano que elevaba su mano al galope en su pingo. Sonidos a los que en la ciudad no solemos enfrentarnos o a los que no atendemos. Sonidos que producían gran placer y bienestar.
Nuevamente el guía habló y como dato curioso nos explicó que ése es un paseo común que se le hace a los pacientes psiquiátricos del hospital de la ciudad, "les encanta venir a escuchar la naturaleza, se calman, se sienten mejor".
Yo pensé en ese momento, qué sabios que son los locos ( con todo respeto por el vocablo). Tomé mi cámara , saqué fotos y grabé ese mundo de sonidos que estaba desplegándose frente a nosotros, sin pedirnos más que silencio.