Hoy es la fecha de su cumpleaños y la recuerdo cada 12 de marzo como si siguiera a mi lado haciendo aquellas deliciosas sopas caseras con cabellos de ángel, o mostrándome su juego de manicure que atesoraba con tanto recelo, al tiempo que me enseñaba cuál era la utilidad de cada pieza.
Me enseñó a respetar a los mayores y al país. Recuerdo que cada vez que oía el himno nacional, se ponía de pie y lo cantaba con orgullo, invitándonos a todos a hacer lo mismo.
Cuando dejaba comida en el plato, me decía con dulzura que recordara a aquellos que no tenían qué comer y que debía ser agradecida por lo que yo tenía.
Siendo ya una jovencita me aconsejaba guardar siempre una bombacha y un camisón nuevos, por si alguna vez tenía un accidente y debía llevar una muda al sanatorio.
Con ella pelaba las arvejas debajo de la glicina mientras escuchábamos cantar a su elegante cardenal de copete rojo.
Le encantaba escucharme tocar el piano e insistentemente me pedía que repitiera el Vals de Kalender, mientras se apoyaba románticamente sobre la tapa del piano y tarareaba.
No era una mujer culta, había sufrido mucho de niña y la vida había sido su escuela.
Su riqueza estaba en el alma, la misma que cargó durante toda su vida con una gran pena que sólo la develó el día que se fue, momentos antes de cerrar sus ojos para siempre.
Ella fue una amorosa mamá gallina que cobijó a todos sus polluelos hasta sus últimos días.
Yo soy uno de esos polluelos, la llevo muy dentro de su corazón y cada día le agradezco todo lo que me enseñó.
¡Feliz cumple nona!
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