31/1/11

Atardecer en Bella Vista

Bella Vista tiene un encanto especial...

sus construcciones sencillas,

sus playas tranquilas,



colmadas de cantos rodados,



y sus atardeceres...


con sus paletas de colores


que se modifican segundo a segundo,



hasta que el sol se esconde en el horizonte


despidiéndose suave y lentamente hasta el nuevo día,


asegurándonos que, como siempre... VOLVERÁ.


FOTOS DE ELI

10/1/11

Se fue Maria Elena

Eterna amante de los niños, de la naturaleza, de la vida...
Te fuiste cantando un día soleado.
Seguramente te posarás sobre un hermoso jacarandá y nos seguirás deleitando con tu dulce voz.


8/1/11

Hablando de pies...



Hay ocasiones en que dos mentes están en sintonía.
El 6 de enero me sucedió eso con mi amigo Hugo Píriz
.

DIOS ME LAVÓ LOS PIES

El 6 de enero se presentó muy caluroso. ¡Hubiera sido un crimen no ir a la playa viviendo a tan solo 300 metros! No fui por el calor, las circunstancias de vida me llevaron allí.

Por viejo y por andador siempre encuentro algún conocido por donde ande. Por ello intenté pasar inadvertido. Me vestí de “lugareño de vacaciones”: alpargatas, bermuda gris deslucido y blanco tirando a gris, camiseta de alternativa del San Pablo (rojo, blanco y negro), cabeza oculta en un gorrito verde... siempre de cabeza “gacha”.

Pesadamente llegué a la playa después de una siesta no reparadora. Empecé a caminar por la orilla. Uno de los pies me ardía por una ampolla, el otro también, aunque sin ampolla. Si bien el cuerpo son muchas partes, finalmente es un todo. A la hora del malestar o el dolor, existe una solidaridad generalizada. Por lo que deambulaba bastante incómodo por la arena.

Entonces descubrí un surco de agua que se cruzaba en la playa con un fluir fuerte y rápido. Me senté allí para vivir el mejor momento de lo que va de la semana. Me empecé a mirar los pies en tanto pensaba en las circunstancias de vida que me dolían. A mis oídos la Sonata Artica, Rada, el Jaime, Bajofondo, música de marimba, me decían cosas que apenas podía atender. Lo mío era mirarme los pies. A la ampolla no la veía, pero la sentía. Era grato mirarme los pies y escuchar la música del Titanic de fondo. Mucha gente pasaba a los costados, nadie me decía nada ni yo a ellos. Yo pertenecía al paisaje tanto como ellos.

No dejaba de mirarme los pies. Por un momento pensé que eran los más realistas de mi ser porque siempre estuvieron cerca o pisando el suelo. En ese momento me dolían. ¿Cuántos pasos habían dado en la vida? ¡Y yo que sé!... ¡Mire si voy a estar pensando en esas cosas! Pero, cuando el tiempo se detiene podés pensar de todo. El agua circulaba siempre en el mismo sentido. Con el transcurrir de la música, de los pensamientos, de las circunstancias se fue generando una acción terapéutica. Mientras Serrat me cantaba algo que no me acuerdo que era, tomé conciencia de Dios (que siempre estuvo allí, aún antes que yo llegara) y me di cuenta que a través de muchas cosas que se sucedieron allí… ¡me había lavado los pies!

Cuando volví a casa, no recuerdo quien cantaba en mis oídos, simplemente disfrutaba ese último pensamiento: “Dios me había lavado los pies”. No estaban sucios, pero me dolían por esas ampollas que a veces surgen por un mal proceder y un mal uso de los mismos...

Me supera el pensamiento: “¡Dios me lavó los pies!”.

¡Gracias circunstancias!... es que muchas veces, en algún punto de su transcurrir, me encuentro con Él.

Hugo Píriz

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HERIDAS

Yo no tengo ampollas en los pies, pero cuando era niña tuve “verrugas plantares” (feo nombre). ¡Qué dolor! Tenía cinco en un pie y seis en el otro, ergo: no podía caminar.

Este tipo de lesiones tiene la característica de desarrollarse hacia adentro, en forma de cono, lo que hace que al pisar se sientan como agujas.

Yo era tan responsable, que de todos modos no faltaba a la escuela. Mi abuelo me cargaba “a caballito” y me dejaba sentada en el pupitre de la clase.

Me las quemaron con crioterapia, lo que provocó un adelgazamiento del panículo adiposo de mis talones que dejó resentidas, hasta hoy, mis pisadas.

Cada vez que camino sobre una superficie muy dura, rugosa o escabrosa, me vuelven a la memoria mis dolores de la infancia. Podría decirse que me dejaron marcada de por vida…

De la misma manera, pienso que las heridas del alma, esas que vamos acumulando a lo largo de los años, en algún momento afloran y nos hacen revivir aquellos momentos penosos. Nos recuerdan que no siempre el camino es llano y fácil de transitar. Los tropiezos, desvíos y pozos, aparecen para hacernos reaccionar, para “despertarnos”.

Lo que importa es sortear los obstáculos con sabiduría, para poder retomar el camino…aunque nos duelan los pies.


Elizabeth Wojnarowicz



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