12/1/13

VEO VEO… ¿QUÉ VES?



Los ojos son una maquinaria perfecta  que cuando funciona bien permite conectar el mundo exterior con el interior cual límpida ventana de cristal, tan transparente que permite que todo se vea tal cual es, con nitidez absoluta.
Así  tuve la dicha de ver durante los doce primeros años de mi vida, sin ser realmente consciente de lo afortunada que era.
Al ingresar al liceo, me di cuenta de que mi agudeza visual ya no era la misma y tuve que empezar a usar lentes para compensar el déficit.
Ingresé al mundo de los miopes, “cuatrochis”, con la incomodidad que ello conlleva: cargar todo el día con un accesorio que al final de la jornada parece pesar un quintal sobre el caballete de la nariz y las orejas.
La molestia (y la coquetería propia de la edad) fueron tales que rápidamente incursioné en el uso de los novedosos (en aquellos días) “lentes de contacto duros” que al principio se sentían como granos de arena en los ojos, para luego probar los “gas permeables” y finalmente los “blandos”.
Fueron estos últimos los que me permitieron volver a ver como antes y lo consideré un milagro. Me adapté a tal punto que puedo afirmar que literalmente forman parte de mí.
El tema es que para ver bien, además de los lentes, se requiere de una serie de elementos que en mi caso son: estuches, lentes de repuesto, líquidos limpiadores y gotas humectantes que se suman a los artículos que no deben faltar en la cartera de una dama (la cual cada vez pesa más!).
Pero los lentes de contacto blandos no me libraron de los comunes de aumento pues de noche, cuando descanso mis ojos, debo usarlos para no sentirme como Mr. Magoo.
El tema no termina ahí. Los años pasan y a la miopía se le agrega la presbicia, lo que implica la necesidad de usar otro par de lentes para ver de cerca, y de remate, con el advenimiento de la computadora, me enteré de la existencia de los lentes me mediana distancia. Así que, hasta el momento, ya llevo cuatro pares de lentes en mi día a día.
Recapitulando: de mañana, automáticamente me pongo lo de contacto para ver el mundo, cuando estoy en la computadora  agrego los de “mediana distancia” y al leer o escribir uso los de “cerca”.
Todo esto sucede intramuros. Cuando salgo al exterior, si hay sol, surge la incorporación al staff  de los lentes oscuros. He aquí un nuevo problema: leer de cerca, al sol.
Durante mucho tiempo hice el ridículo interponiendo entre los lentes de contacto y los de sol los de leer, lo que daba por resultado una imagen bastante absurda: escalinata de cristales hasta llegar al mensaje escrito. Actualmente, gracias al hallazgo de un maravilloso para de lentes de sol bifocales, puedo prescindir de la ridiculez y logro hacer todo a la vez (ver el número de ómnibus, leer los carteles de la calle, corroborar si el boleto  es capicúa y leer los mensajes de texto del celular).
Le cuento que hace unos veinticinco años, en USA, un cirujano me propuso operarme la miopía y no acepté. ¿Por qué? porque a mi entender (argumento absolutamente personal), dicha operación cambia la mirada y para mí, la mirada es única, personal y dice mucho de uno…y yo no quiero que la mía cambie. No tengo una confirmación verificable de que esto sea así,  sólo sé que a quienes conozco que se operaron, les cambió la mirada.
Algunas veces me he despertado dándome cuenta de que veía la agujas del reloj despertador o la imagen del cuadro colgado en la pared y pensé: es un MILAGRO!!! Pero rápidamente encontraba la explicación: me había olvidado de sacarme los lentes al acostarme…
Me gustan mis ojos aunque no vean bien. Ya asumí la carga de todos los accesorios necesarios para compensar el déficit visual y los incorporé a mi diario vivir. Los lentes son parte de mi vida y sin  ellos ando perdida.

        - Veo, veo
        - ¿Qué ves?
-       - Veo un  mundo lleno de colores, formas y movimiento, que me dan muchas ganas de vivir.


     

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