Los ojos
son una maquinaria perfecta que cuando
funciona bien permite conectar el mundo exterior con el interior cual límpida
ventana de cristal, tan transparente que permite que todo se vea tal cual es,
con nitidez absoluta.
Así tuve la dicha de ver durante los doce
primeros años de mi vida, sin ser realmente consciente de lo afortunada que
era.
Al ingresar
al liceo, me di cuenta de que mi agudeza visual ya no era la misma y tuve que
empezar a usar lentes para compensar el déficit.
Ingresé al
mundo de los miopes, “cuatrochis”, con la incomodidad que ello conlleva: cargar
todo el día con un accesorio que al final de la jornada parece pesar un quintal
sobre el caballete de la nariz y las orejas.
La molestia
(y la coquetería propia de la edad) fueron tales que rápidamente incursioné en
el uso de los novedosos (en aquellos días) “lentes de contacto duros” que al
principio se sentían como granos de arena en los ojos, para luego probar los “gas
permeables” y finalmente los “blandos”.
Fueron
estos últimos los que me permitieron volver a ver como antes y lo consideré un
milagro. Me adapté a tal punto que puedo afirmar que literalmente forman parte
de mí.
El tema es
que para ver bien, además de los lentes, se requiere de una serie de elementos que
en mi caso son: estuches, lentes de repuesto, líquidos limpiadores y gotas
humectantes que se suman a los artículos que no deben faltar en la cartera de
una dama (la cual cada vez pesa más!).
Pero los
lentes de contacto blandos no me libraron de los comunes de aumento pues de
noche, cuando descanso mis ojos, debo usarlos para no sentirme como Mr. Magoo.
El tema no
termina ahí. Los años pasan y a la miopía se le agrega la presbicia, lo que
implica la necesidad de usar otro par de lentes para ver de cerca, y de remate,
con el advenimiento de la computadora, me enteré de la existencia de los lentes
me mediana distancia. Así que, hasta el momento, ya llevo cuatro pares de
lentes en mi día a día.
Recapitulando:
de mañana, automáticamente me pongo lo de contacto para ver el mundo, cuando
estoy en la computadora agrego los de “mediana
distancia” y al leer o escribir uso los de “cerca”.
Todo esto sucede intramuros. Cuando salgo al
exterior, si hay sol, surge la incorporación al staff de los lentes oscuros. He aquí un nuevo problema:
leer de cerca, al sol.
Durante mucho
tiempo hice el ridículo interponiendo entre los lentes de contacto y los de sol
los de leer, lo que daba por resultado una imagen bastante absurda: escalinata
de cristales hasta llegar al mensaje escrito. Actualmente, gracias al hallazgo
de un maravilloso para de lentes de sol bifocales, puedo prescindir de la
ridiculez y logro hacer todo a la vez (ver el número de ómnibus, leer los
carteles de la calle, corroborar si el boleto es capicúa y leer los mensajes de texto del
celular).
Le cuento
que hace unos veinticinco años, en USA, un cirujano me propuso operarme la
miopía y no acepté. ¿Por qué? porque a mi entender (argumento absolutamente
personal), dicha operación cambia la mirada y para mí, la mirada es única,
personal y dice mucho de uno…y yo no quiero que la mía cambie. No tengo una
confirmación verificable de que esto sea así, sólo sé que a quienes conozco que se operaron,
les cambió la mirada.
Algunas
veces me he despertado dándome cuenta de que veía la agujas del reloj
despertador o la imagen del cuadro colgado en la pared y pensé: es un MILAGRO!!!
Pero rápidamente encontraba la explicación: me había olvidado de sacarme los
lentes al acostarme…
Me gustan
mis ojos aunque no vean bien. Ya asumí la carga de todos los accesorios
necesarios para compensar el déficit visual y los incorporé a mi diario vivir.
Los lentes son parte de mi vida y sin
ellos ando perdida.
- Veo,
veo
- ¿Qué
ves?
- - Veo un mundo lleno de colores, formas y movimiento, que me dan muchas ganas de vivir.
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